lunes, 18 de mayo de 2009

El periodista y sus fuentes.

http://www.senadorcorral.org/
José Woldenberg

La regla debería ser clara y (casi) universal: en cada nota informativa debería aparecer la fuente en la que se basa. La excepción: no mencionar a la fuente por razones de seguridad.Presentar la fuente es (o debería ser) un imperativo ético, un acto rutinario de honestidad intelectual. Porque ofrecer la fuente sirve invariablemente para tener la información completa. Se trate de un estudio, una encuesta, un documento, el dicho de una persona, etcétera, es útil para que el ciudadano pueda darse una idea cabal de lo que se le está transmitiendo, de lo que está en juego. Con la fuente se sabe si se trata de información oficial, extraoficial o de una simple ocurrencia. Con la fuente el ciudadano conoce si el que habla es el gobierno o la oposición, una organización no gubernamental, un profesor, un taxista, un boxeador o el propio periodista. Con la fuente uno puede comprender (en ocasiones) la intención de lo que se afirma, porque no es lo mismo, por ejemplo, un elogio de un subordinado que de un adversario. En fin, en muchas ocasiones el conocimiento de la fuente dice más que lo que la nota presuntamente expresa. Por ello, en los códigos de ética del periodista (cuando existen) debería contemplarse la obligación de informar sobre las fuentes de información. Si la labor es informar, que la información sea completa.Por el contrario, cuando no se dice la fuente de información, algo muy importante se le está escamoteando al lector, al radioescucha o al televidente. Cuando se omite la fuente, se contribuye a la especulación, a la opacidad, al conocimiento a medias. La fuente puede ser un documento o un dicho o la observación del periodista o cualquier otra. Pero por supuesto la calidad y seriedad de documentos, dichos y observaciones suele fluctuar: hay de documentos a documentos, de dichos a dichos y de observaciones a observaciones. Por ello, reservarse la fuente es un acto antinatural del periodista serio y profesional. Puede afirmarse que el periodismo menos profesional es precisamente el que de manera sistemática omite a sus fuentes, dando pie a la especulación, a los "se dice...", "se afirma...", omitiendo intencionadamente al sujeto. En ese ambiente se llega al extremo de inventar fuentes, permitiéndole al periodista atribuir a alguien inexistente lo que él quiere decir o insinuar.El periodismo que es una palanca fundamental de y para la transparencia de la vida pública, tiene que ser transparente él mismo. Así como se demanda -y con razón- que las dependencias estatales hagan accesible al gran público su información, de igual manera el periodismo está obligado a hacer transparente el origen de la información.Si los medios son uno de los actores fundamentales que modelan el espacio público y si deseamos que ese espacio se alimente de información cierta, verificable, completa (hasta donde esto último es posible), debería ser el pan nuestro de cada día que la nota informativa estuviera respaldada por su fuente. El periodista debe decir: "según el informe", "según el documento", "según dijo Fulanito de Tal", o "yo observé", "yo escuché a Menganito de X", "según fotografías proporcionadas por Zutanito", etcétera. Esa rutina elemental y fundamental coadyuvaría enormemente a elevar el nivel de la información y por supuesto del debate público. Ese expediente sería un dique contra la especulación sin fundamento, contra las espirales de humo que nublan todos los días la vida pública.Por supuesto, el periodista está obligado a mantener el anonimato de su fuente cuando la misma pueda correr algún peligro. Si un subordinado denuncia a su jefe por malos manejos, si se trata de fuentes que exhiben actividades del crimen organizado, en fin, si alguien transmite información que pueda acarrearle represalias, el periodista debe protegerlo. Pero se trata de las excepciones a la regla y no de la fórmula predominante del quehacer periodístico.En esta materia, como en todas, existen casos vistosos y hasta espectaculares (en las últimas fechas Deep Throat -Mark Felt- y el escándalo del Watergate o el de la periodista Judith Miller) que tienen innumerables aristas y están conectados a actividades de espionaje; pero por el momento lo que interesa es subrayar lo que debería ser una norma de comportamiento profesional, una rutina que en sí misma impactaría a un quehacer fundamental de la vida en sociedad. Es decir, trascender la casuística para llamar la atención sobre la importancia de un periodismo acostumbrado -casi inercialmente- a ofrecer sus fuentes.Porque el tema de la calidad de la información es más que relevante para la vida democrática. Si la información es consistente, objetiva, contrastable, el debate público tiende a construir una ciudadanía con los insumos necesarios para formarse una opinión enterada, para demandar con conocimiento de causa y para ejercer sus derechos con intensidad. Por el contrario, si la información en substituida por la especulación, la opacidad, las verdades a medias (que como se sabe son mentiras a medias), los mensajes cifrados, las ocurrencias del día, el "debate público" tiende a degradarse y a expulsar a amplias capas de ciudadanos del mismo.En los últimos años, a lo largo del proceso de construcción democrática, el periodismo ha coadyuvado a elevar los niveles de exigencia a la inmensa mayoría de los actores políticos y sociales. Al sacudirse la tutela estatal, al ejercer su libertad, al indagar lo que antes era reservado, el periodismo está acotando los espacios de impunidad y tiende a develar lo que antes era opaco. Ese movimiento no debe sino reforzarse y crecer. Pero es necesario extender también esa exigencia de transparencia, profesionalismo y verdad a la propia labor periodística. Con ello ganaríamos todos, pero en primer lugar, los propios periodistas.Suele pensarse que para que un cambio, una reforma o una modificación sean significativos es necesario que sean monumentales en su contenido, brillantes y espectaculares en su forma, y estén acompañados de tambores y trompetas. Y a lo mejor en algunos casos es así. Pero si en el tema que comentamos, los jefes de redacción o editoriales simplemente devolvieran las notas sin fuente ubicable, el impacto en el mejoramiento de nuestra prensa escrita y audiovisual aparecería de inmediato.Presentar la fuente es (o debería ser) un imperativo ético, un acto rutinario de honestidad intelectual. Porque ofrecer la fuente sirve invariablemente para tener la información completa. Se trate de un estudio, una encuesta, un documento, el dicho de una persona, etcétera, es útil para que el ciudadano pueda darse una idea cabal de lo que se le está transmitiendo, de lo que está en juego. Con la fuente se sabe si se trata de información oficial, extraoficial o de una simple ocurrencia. Con la fuente el ciudadano conoce si el que habla es el gobierno o la oposición, una organización no gubernamental, un profesor, un taxista, un boxeador o el propio periodista. Con la fuente uno puede comprender (en ocasiones) la intención de lo que se afirma, porque no es lo mismo, por ejemplo, un elogio de un subordinado que de un adversario. En fin, en muchas ocasiones el conocimiento de la fuente dice más que lo que la nota presuntamente expresa. Por ello, en los códigos de ética del periodista (cuando existen) debería contemplarse la obligación de informar sobre las fuentes de información. Si la labor es informar, que la información sea completa.Por el contrario, cuando no se dice la fuente de información, algo muy importante se le está escamoteando al lector, al radioescucha o al televidente. Cuando se omite la fuente, se contribuye a la especulación, a la opacidad, al conocimiento a medias. La fuente puede ser un documento o un dicho o la observación del periodista o cualquier otra. Pero por supuesto la calidad y seriedad de documentos, dichos y observaciones suele fluctuar: hay de documentos a documentos, de dichos a dichos y de observaciones a observaciones. Por ello, reservarse la fuente es un acto antinatural del periodista serio y profesional. Puede afirmarse que el periodismo menos profesional es precisamente el que de manera sistemática omite a sus fuentes, dando pie a la especulación, a los "se dice...", "se afirma...", omitiendo intencionadamente al sujeto. En ese ambiente se llega al extremo de inventar fuentes, permitiéndole al periodista atribuir a alguien inexistente lo que él quiere decir o insinuar.El periodismo que es una palanca fundamental de y para la transparencia de la vida pública, tiene que ser transparente él mismo. Así como se demanda -y con razón- que las dependencias estatales hagan accesible al gran público su información, de igual manera el periodismo está obligado a hacer transparente el origen de la información.Si los medios son uno de los actores fundamentales que modelan el espacio público y si deseamos que ese espacio se alimente de información cierta, verificable, completa (hasta donde esto último es posible), debería ser el pan nuestro de cada día que la nota informativa estuviera respaldada por su fuente. El periodista debe decir: "según el informe", "según el documento", "según dijo Fulanito de Tal", o "yo observé", "yo escuché a Menganito de X", "según fotografías proporcionadas por Zutanito", etcétera. Esa rutina elemental y fundamental coadyuvaría enormemente a elevar el nivel de la información y por supuesto del debate público. Ese expediente sería un dique contra la especulación sin fundamento, contra las espirales de humo que nublan todos los días la vida pública.Por supuesto, el periodista está obligado a mantener el anonimato de su fuente cuando la misma pueda correr algún peligro. Si un subordinado denuncia a su jefe por malos manejos, si se trata de fuentes que exhiben actividades del crimen organizado, en fin, si alguien transmite información que pueda acarrearle represalias, el periodista debe protegerlo. Pero se trata de las excepciones a la regla y no de la fórmula predominante del quehacer periodístico.En esta materia, como en todas, existen casos vistosos y hasta espectaculares (en las últimas fechas Deep Throat -Mark Felt- y el escándalo del Watergate o el de la periodista Judith Miller) que tienen innumerables aristas y están conectados a actividades de espionaje; pero por el momento lo que interesa es subrayar lo que debería ser una norma de comportamiento profesional, una rutina que en sí misma impactaría a un quehacer fundamental de la vida en sociedad. Es decir, trascender la casuística para llamar la atención sobre la importancia de un periodismo acostumbrado -casi inercialmente- a ofrecer sus fuentes.Porque el tema de la calidad de la información es más que relevante para la vida democrática. Si la información es consistente, objetiva, contrastable, el debate público tiende a construir una ciudadanía con los insumos necesarios para formarse una opinión enterada, para demandar con conocimiento de causa y para ejercer sus derechos con intensidad. Por el contrario, si la información en substituida por la especulación, la opacidad, las verdades a medias (que como se sabe son mentiras a medias), los mensajes cifrados, las ocurrencias del día, el "debate público" tiende a degradarse y a expulsar a amplias capas de ciudadanos del mismo.En los últimos años, a lo largo del proceso de construcción democrática, el periodismo ha coadyuvado a elevar los niveles de exigencia a la inmensa mayoría de los actores políticos y sociales. Al sacudirse la tutela estatal, al ejercer su libertad, al indagar lo que antes era reservado, el periodismo está acotando los espacios de impunidad y tiende a develar lo que antes era opaco. Ese movimiento no debe sino reforzarse y crecer. Pero es necesario extender también esa exigencia de transparencia, profesionalismo y verdad a la propia labor periodística. Con ello ganaríamos todos, pero en primer lugar, los propios periodistas.Suele pensarse que para que un cambio, una reforma o una modificación sean significativos es necesario que sean monumentales en su contenido, brillantes y espectaculares en su forma, y estén acompañados de tambores y trompetas. Y a lo mejor en algunos casos es así. Pero si en el tema que comentamos, los jefes de redacción o editoriales simplemente devolvieran las notas sin fuente ubicable, el impacto en el mejoramiento de nuestra prensa escrita y audiovisual aparecería de inmediato.