sábado, 23 de diciembre de 2006

Villahermosa


La otra cara de Villahermosa
Zito Cuevas Sosa

Con la mirada perdida, los sueños diluidos, el corazón que late a tientas y la tristeza que se ha apoderado de su aura encontramos todos los días en uno de tantos cruceros de Villahermosa, al pequeño, al hombre ya, que por unas monedas es malabarista, faquir e incluso músico improvisado, ese que finca sus esperanzas en un mañana lleno de magia, de tolerancia, en el que los niños sean sólo eso y puedan disfrutar de su infancia sin tener que trabajar.
Teniendo las calles como su hogar, Juan y otros pequeños han sorteado todos los peligros en una ciudad que día con día eleva su rango de gran urbe devoradora de sueños.
Amanece en Villahermosa. Los primeros rayos del sol tocan el maltratado cuerpo de nuestro personaje. Abre los ojos, mira al cielo y no encuentra respuesta, aún así se levanta y toma unas naranjas que le sirven para malabarear frente a los automovilistas, que apenas y logran distinguirlo por su corta estatura. Comienza el espectáculo, sus manos se mueven hábiles, domina el miedo escénico a la perfección y concentra todo su esfuerzo en lanzar lo más alto posible los objetos, aún sabiendo que con ellos se va un pedazo de su cuerpo.
Las miradas de los paseantes no son atraídas, así que habrá que cambiar la rutina. Con un pedazo de cartón, unos vidrios y la audacia para controlar su instinto, Juan se recuesta y así inaugura el acto de faquir. Cada vidrio que se incrusta en su espalda y que le causa dolor, no se asemeja al que ha sentido toda su vida, con el desprecio de una sociedad pasiva, que se ha olvidado de ser benévola frente a los problemas; con el dolor que le provoca su alma de niño lastimada en lo más profundo. No, los vidrios que ahora están destruyendo su piel, rasgándola, lacerándola, no son tan penetrantes como las miradas de desprecio de su propia gente, esa que lo ha condenado a vivir debajo, en el suelo, sin permitirle mirar mas allá de los viejos edificios que están a punto de desmoronarse, como su fe.
El turno es para la música. Utilizando su ingenio, el chiquillo utiliza una hoja de naranja y produce sonidos. Realiza un concierto al aire libre, que pese a la poca interpretación, ha calado hondo en los automovilista, que pese a todo tan sólo le proporcionan unas cuantas monedas.
Después de tantos actos en los que ha puesto en riesgo su vida, al sortear cual torero las embestidas de los autos, nuestro pequeño héroe mira atónito un anuncio de la Navidad. Una lágrima recorre sus mejillas y luego se evapora, su corazón late más rápido, mucho más de lo habitual y un rayo de luz ilumina su mirada, siempre triste y furtiva, haciéndole sentir un cosquilleo extraño en todo el cuerpo. La figura del Santa Claus anunciando juguetes y regalos le genera alegría y espera que este año, a ver si ahora sí, el gran señor de barbas blancas y traje rojo le trae lo que siempre ha soñado: una infancia feliz.
Sin nada en el estómago y a punto de dar las doce, el pequeño Juan, quien vive solo desde que fue abandonado por sus padres, y que cuenta con ocho años de edad, se muestra desesperado. Se sienta en el borde de la banqueta y empieza a imaginar lo que sentirán las personas durante la Navidad. Aún no entiende porque nunca ha probado el pavo de Nochebuena y porque el nombre de ésta, cuando para él todas las noches han sido heladas y negras. No alcanza a comprender el alboroto de la Navidad, pues sus días siempre ha sido iguales, y es que desde que sale el sol hasta que se mete, sigue lanzando objetos al cielo, en busca de una respuesta que hasta ahora no llega.
Ha juntado varias monedas durante el día y acude a una tienda a comprar queso y tortillas. Algunos otros vendedores ambulantes e indigentes se acercan, pero Juan los rechaza y huye, se esconde y come con extremada rapidez. Sabe que de ser encontrado no la pasará bien y que su hambre no se calmará, por lo que sigue metiéndose a la boca toda la comida posible. En efecto, después de algunos minutos sus compañeros lo encuentran y le quitan todo y lo hacen a un lado, aunque al menos por ese día logró comer algo.
Finalmente ha llegado la tarde. El sol oculta, tímido, sus rayos y nuestro pequeño gran hombre ha sorteado por capricho del destino un día más, lleno de sufrimiento y olvido. La gran ciudad se prepara para encender sus luces y brindar al trasnochador un ambiente cálido, mientras que a lo lejos, en la oscuridad, esa que puebla los corazones de algunos hombres, se encuentra sumergido en un gran sueño el pequeño Juan, que ahora descansa de la pesadilla que es despertar todos los días y ser absorbido por una ciudad sin recompensas, que lo único con lo que premia a sus huéspedes es con dejarlos vivir, para seguir soportando su lado negro y voraz. El telón cae en medio de una fría tarde y se prepara para un nuevo día en el circo que es Villahermosa.